lunes, 22 de octubre de 2007

La Historia de la Vida

Las maderas se mecen de un lado a otro como si quisieran ceder ante las aguas, todos corren de un aquí para allá, desde la proa hasta la popa, desde el mástil hasta el timón, y aunque estemos sumergidos entre los 2 mares, yo estoy calmo.

Las gotas chocan en mi traje, en mi gorra, y permanezco inamovible, solemne, tengo que ser un ejemplo, pues yo más que nadie sé que no hay salida y que hoy el mar nos dejará marcar en su eternidad la historia sagrada de los barcos.

Ya la nave cede, el agua moja nuestros tobillos, luego las pantorrillas, ya perdimos las esperanzas, pero la fe...nunca. Luego, una vez más, todos me siguen, todos se calman, se paran, y miran el cielo perturbado, el horizonte negro entre los rayos blancos, nuestros destinos escritos ya están sobre ese horizonte . Ya tranquilos, entregados y rendidos, todos comienzan a recordar, como no, y ahora son tres mares, y es el tercero el que nos hunde, el de la tristeza.

Es curioso, uno se prepara para este momento todos los días, entre las tormentas y las mareas, el hambre y la desesperación, pero cuando llega no sabes que hacer ni decir.

Y aunque muchas de nuestras vidas fueron pobres, miserables e injustas lo único que puedo pensar ahora, en este momento, es que lamento partir hoy, pues, de todas formas, amo la vida.

jueves, 11 de octubre de 2007

Gracias


Somos miles y nos escondemos en la oscuridad, esperando el momento preciso, el momento indicado, el más silencioso. Cuando llegue ese momento, tal vez deberías estar preocupado pues no querrás experimentar lo que se siente, no se si comprendes, lo que se siente ser tomado por sorpresa, atacar ahí en la yaga, implacablemente, con frenesí, en la fisura más profunda. Te dejaremos un mensaje claro, no dudarás en ningún momento quién fue, no podrás creerlo.

Será tarea hecha, tu sabes que a nosotros nos gusta verte sufrir, verte revolcar, aunque sólo sea una vez, mirar desde este lado, desde el lado perverso, amargado y malicioso, sin ningún tipo de remordimiento, sin titubear cómo tu lo hacías, cómo nos enseñaste, deberías de sentirte orgulloso.

No te odiamos, no lo creas, de hecho, te admiramos profundamente, te mirábamos siempre, y sentíamos el calor de tus palabras, lo rugoso de tu piel, la dureza del castigo, la catarsis postrera y el sentimiento avecinante, otro calor, más profundo, mucho más frío.

Y sólo esperábamos este momento, este momento...para darte las gracias...cómo tu nos enseñaste.