jueves, 29 de abril de 2010

Ana

En un brillo la luna le responde un parpadeo. Abraza un libro de Bradbury que tiene los bordes doblados, huele el ácido neuma en el centro sofocado de la ciudad.

Su tristeza es el símbolo de un lenguaje.

Los pasajes de un Encuentro Nocturno le devuelven un atisbo de sed a su mueca. No hay nadie allá afuera, ella sostiene la certeza en los complejos engranes de su mente diluida. Siente su pecho apretado bajo el umbral, las horas no le pasan desapercibidas, tiene criterio sobre el tiempo y sus compañías, la gobierna su soledad sicaria, la gobierna su espiritualidad ascética y los pasajes de cualquier maraña gramatical que haya sido escrita desde el alma.

En la altura de su belleza, ella es como un disminuido.

El cerro San Cristóbal la mira traidor, con ojos de puro y casto. Recuerda que alguna vez pensó que alguien la pensaba, ahora concluye que alguien piensa que ella como inexistente, como un ser imposible.

Se duerme en el marco de su ventana...el cielo es un testigo inútil, hostil, alejado...
Se duerme en el marco de su ira
Se duerme en segunda persona, y para siempre.

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